Despegamos. El avión se alza penoso y va tomando altura, ¡no me pierdo ese espectáculo por nada!…. poco a poco se va quedando atrás –debajo- el agitado entorno del que tanto me costó salir, en el que quedaron como en un cajón tantos pendientes sin cumplir.
En la altura se respira mejor, más profundo, más intenso ¿o será que en la altura, en la distancia, el alma se inunda de nubes… ¡de cielo!?
Para mí las nubes tienen raíces, me transportan irremediablemente a esa edad en la que solía soñar con inocencia y con candor. Cierro los ojos, me dejo llevar por el recuerdo, por la nostalgia no se bien si de lo que me espera enfrente o de lo que se queda atrás. Intento hilvanar lo que encuentro en mi interior pero con el hilo de las nubes y bajo la dulce mirada del Amor con quien estoy conversando, me percato de que ha desaparecido lo secundario, la aguja en la altura es tan delgada que solo ensarta el hilo de lo esencial. Me encuentro conmigo misma a secas sin los peros y pretextos, sin deberes y obligaciones, sin las prisas y los horarios, sin rutinas y atolondramientos, sin las miradas conocidas, sin egoísmos y apegamientos que a veces revisten con capas el tuétano del alma. Estoy volando hacia mi origen.
¡Que maravilloso es tener raíces! ¡Que maravilloso es echar raíces! Raíces que no atan, que no atrofian el alegre caminar. Andar el camino no significa falta de raíces, escarbar en las raíces es recordar quien soy y el sueño que detonó el amor; o más bien el Amor que detonó el sueño con el que se planta nuevamente con ilusión en algún punto del camino.
Tener raíces: un maravilloso pasado; echar raíces: un maravilloso presente; maravilloso: por ser parte de mi vida, de mi historia, de la autoridad de mi libertad.
Abro los ojos. Piso tierra nuevamente. Todo huele a familiar, sabe a conocido. Pienso, mientras arrastro la maleta hacia la salida, que lo que importa es el Amor, lo que queda en la altura, en la profundidad del alma, lo que no desaparece son las personas. Mis raíces tienen cara de personas ¡son personas! Personas rodeadas de lugares, circunstancias, eventos y sentimientos.
En el calor de los abrazos de bienvenida nace un profundo agradecimiento por las personas que han marcado tanto mi vida, que son esenciales a mis raíces, a mis raíces de aquí y de allá: de los lugares que he dejado atrás. Y se asoma tímido pero firme el deseo de cuidar y valorar, de enterrar más profundo en el alma -para que broten siempre entre las nubes- a cada una de esas personas que componen mis raíces, que hacen tan feliz y especial mi caminar.
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